Aldo Perales se levanta a las seis .Prolijamente hace uso de la navaja
propinándose una afeitada bien varonil. Antes de calzarse las cómodas pantuflas
repasa sus talones con piedra pómez porque los nuevos zapatos de baile le
causaron lastimaduras.
En la sección admisión del hospital Borda, Aldo Perales presta
servicios hace muchos años. Minutos
antes de retirarse tiene la costumbre de
tomar un té de tilo y con cada sorbo mirando por el ventanal el atardecer reflexiona…” como puede ser que la gente deja acá a sus seres queridos y se olvida de ellos.”
Cada mañana, cerca de la diez, Aldo Perales haciendo abandono de la incomoda silla , va en busca de los jardineros y les pide algunas fresias para colocar
en el florero vacío que decora su oficina.
Todos los días se ocupa de llenarlo. García, uno de los serenos,
le chusmio que por las noches
algunas almas seductoras las hurtan y se
las obsequian a sus amores clandestinos.
Tiene miles de historias como estas para matizar el diálogo con los pasajeros del Mitre .De léxico ejemplar Jamás va a decir un improperio. La anécdota más reciente lo tuvo como testigo presencial. Recorría los jardines boqueando un grisáceo humo, mientras tosía observó cómo dos internos chocaron violentamente sus sillas de ruedas en una loca competencia.
Al cabo de la jornada laboral camina despacio a tomar el tranvía 9 que lo lleva a la estación Constitución. Allí Aldo Perales, dispone de un nuevo medio de transporte para poder acortar el traslado. El año pasado, un 9 de noviembre de 1934, se había inaugurado el primer tramo de la línea C de subterráneos que unía Plaza Constitución con Diagonal Norte y hace unos días habilitaron el tramo final hasta Retiro. Recibió con beneplácito esta noticia, ya que le es muy útil combinar el subte con el tren.
Los viernes tiene la costumbre de ocupar el ultimó banco del andén y saborear la crocante tortilla que Estrella le mantiene calentita a un costado de las brasas.
.
Así Aldo Perales comienza la charla —
¿Usted abandonaría a un familiar?
—Ni loca, si lo
tuviera lo cuidaría, no le soltaría
la mano. Pero… no tengo a nadie.
—Disculpe, no sabía que estaba sola…No lo tome a mal. ¿ Le gustaría ir a bailar el fin de semana?
—Cómo no, me
encantaría.
Milonguero de
domingos, bailarín para nada
engreído, Aldo Perales es de los primeros en llegar,
junto a su compañera Hilda les enseñan
a los principiantes unos pasos básicos. Se queda bailando hasta apagan las luces, aunque ella se retire, él sigue en la pista viendo como el sol traspasa el tinglado..
Es su cable a tierra. Está muy contento cuando marca con cortes y quebradas el compás de los tangos, no duda un instante en concurrir a “La Vitrola” su milonga preferida en Carupá . Al no contar con una lapicera “inexistente por estos años”, en ciertas ocasiones recurre a la buena voluntad del cantinero para que le anote la dirección de la percanta que gustosa le aceptó una cita. Pero esta noche “otro gallo cantaría”.
Aldo Perales pasó a buscar a Estrella por la plaza, al llegar a la milonga le presentó a
Hilda su compañera, y junto a unos canyengues bailarines gastaron las baldosas por horas.
Avanzada la noche, Hilda
decide irse, está cansada, siente que es
tiempo de acostarse. Se despiden cordialmente. Aldo sigue firme bailando junto a su invitada, de a ratos descansan y se toman unos
copetines.
Ya con él sol por sobre las terrazas, Aldo
acompaña a Estrella hasta su casa, susurrando al oído le dice:-¿ Le parece bien si nos cuidamos mutuamente?
Sonriente, ella le
responde acariciándole la mejilla— Si
Aldo Perales, nos mimaremos para siempre.
Hermoosoo ! No conocía la expresión "percanta" ��
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