lunes, 18 de enero de 2021

Ceuta, la primera

 

Inesperadamente un gran revuelo despabiló a la  pacífica  población musulmana en  la ciudad norteafricana de Ceuta. La  invadió  el numeroso  ejército  bajo las órdenes del rey Juan I de Portugal. Los ceutíes, azorados,  huían conmovidos por   el espanto que les causaba el avasallador paso de los temibles lusos en la   mañana del 21 de agosto de 1415. Este fue el primer acto de colonialismo del mundo que perpetró un país europeo buscando usurpar territorio africano a través del Océano Atlántico.

Hasta ese fatídico momento, la dinastía musulmana Benimerín imperaba.

Adil era un joven laborioso campesino, físicamente esbelto,  al atardecer después de arduas tareas, respetaba la renovadora siesta en su camastro. Antes de cenar nadaba mar adentro  hasta un punto lejano donde se dejaba flotar un largo rato llevado por el oleaje, así encontraba su paz.

Zara, la  hija del sultán Jad Zuhair, observaba curiosa desde su amplia alcoba las incursiones vespertinas del apuesto bañista,  trabajador a destajo de los vastos campos pertenecientes a su adinerada familia.

Mostrando inquietud por conocerlo, Zara acude a su hermana mayor Leyla, pidiéndole averiguar dónde es su morada. Ésta, atendiendo el encargo sin poner piedra en su camino, esperó detrás de un galpón cercano el paso de Adil y lo siguió sigilosa hasta su casa.

En Ceuta decenas de jóvenes lozanos simulaban ser un buzón ambulante repartiendo la correspondencia entre los ciudadanos. Zara, ya con el preciso dato, tomó una pluma y le escribió  una carta a Adil. Estaba lloviendo, no le importó. La joven corrió hacia uno de los tantos mensajeros que identificados con un brazalete amarillo permanecían parados  en diversos puntos específicos del pueblo, y le entregó la misiva.

Adil,  leyó la carta. Enfureció al saber de quién provenía pensando que se trataba de un ardid. Pero las palabras amorosas de Zara, que no había pasado desapercibida a su mirada, lo convencieron. El amor fue más fuerte. Tomó coraje y envió al mensajero con una respuesta: una cita en la playa la noche siguiente.

Llegado el tan ansiado momento caminaron disfrutando de la  luna llena  que como una lámpara gigante iluminaba el oscuro y  acogedor  paisaje. Adil se detuvo,  tocó el cabello lacio de la bella  dama debajo de su hiyab,  mimos y besos  coronaron la noche y días subsiguientes. Con el tiempo materializaron su soñado matrimonio. En su palacio ribereño de Ceuta transcurrían las horas compartiendo la alegría de un amor que otrora parecía imposible. Ni el mismo Sultán pudo sofocar la fuerza de tanto amor aunque sí lo pudo la invasión.

Nadie en Ceuta estaba preparado para este feroz  ataque.

Zara quedó sola, sin casa, sin tierras, sin Adil. Permaneció en la ciudad sitiada, sufriendo maltratos y obedeciendo a su amo portugués.

Cada 21 de agosto al caer el sol, Zara  se adentra en las aguas del océano y deja flotando una ofrenda recordando a su amado Adil. Encontrando su paz.

O.A.B