domingo, 28 de noviembre de 2021

Víctor y Mariano

 

Mientras pedaleo en la posta, disfruto del aroma a césped recién cortado y el vuelo rasante de las palomas huyendo del dominante carancho. Los veo  discutir .Me resulta extraño que estén  despiertos con los primeros rayos de sol.

Quizás el ruido de las bordeadoras lo hizo posible, o tal vez algunos  ladridos cercanos   interrumpieron su modorra.

Percibo  que Víctor golpea varias veces  su pecho cubierto por una  camisa amarilla con puños negros. Creo que  es hincha de “Comu”, y ahora  putea porque sus delanteros  no le hacen  un gol ni al arcoíris. Mariano luce un buzo del Luján que algún egresado le regaló y  pide a gritos  el tetra. Tras unos sorbos permanecen callados.  

Se les acerca una anciana  arrastrada por su  chihuahua señalándole un lugar. Creo que les indica  donde sirven  el desayuno gratis.  Ellos lo  conocen, pero saben que con esa borrachera   los  voluntarios no los reciben.

Otro  vecino  les señala   el reloj de la cúpula y sigue caminando gesticulando con  el Popular en la mano. “Seguro que  le pidieron  una monedita   y  los mando a laburar.”

Más allá en las mesitas, dos abuelitas observan como yo lo que sucede mientras   matean  con protocolos.

Ya  falta poco para terminar mi rutina. Sin darme cuenta los tengo cerca. Víctor viene esquivando baldosas, Mariano  intenta en vano  enderezarle los  pasos.

Van hacia la calesita de Martina, Víctor sin barbijo aprovecha que el encargado está   de espaldas y  monta el unicornio  color rosa.   Mariano con su tapabocas en el cuello comienza a reírse, mientras pone en marcha el motor el eléctrico haciendo funcionar también las luces y la música.

Los alaridos de Víctor simulando a  un  Tehuelche vencedor desconcentran al párroco de  Cristo Rey  que   interrumpe la misa y  baja las escalinatas del altar . Ante la sorpresa de los  atónitos feligreses sale a la vereda   buscando el origen de su mal humor actual. 

Mariano hace del tetra una sortija ante  los manotazos del bravío cacique improvisado.

 Al bajar  de la bici   veo cruzar al cura con pasos largos y apurados más de bronca que por el  ejercicio intenso. Bastó que pisara la plaza  para que la calesita se detenga. Víctor,  como si fuera su monaguillo, va a sentarse derechito al  banco con el  barbijo puesto.

No escucho lo que dice el cura, pero por los ademanes sospecho que su sermón  no figura en el misal.

Una vez que terminó con el reto, le dio algunos consejos necesarios al encargado de la calesita y volvió a cruzar Zamudio, tan  apurado iba  para  terminar la misa que de milagro no se llevó por delante al recuperador del Álamo.      

Mariano haciéndose el tonto, esperó que el cura  se perdiera de vista y fue a sentarse junto a su compinche. Otro muchacho fumando se les suma en la conversación inentendible y le convida un pucho a Víctor que ya tiene el barbijo en la oreja. Mariano convierte  un triple arrojando el tetra al cesto. 

Antes de cruzar Cochrane me doy vuelta cuando escucho  el llanto desesperado de un niño reclamando por su pelota. Víctor dándole un puntazo a la numero 5  la mandó tan  lejos  que   el 169 tuvo que esquivarla para no dejar al niño sin juguete. Imaginé bien, Víctor es de Comu. Porque para entonces los tres  abrazados dan vueltas, saltan y  gritan ¡Vamos Cartero  todavía! El silbato del  guardaparques logra calmarlos como en un final de partido. Caen como moscas sobre el banco  y enseguida se vuelven a dormir como si nada de esto hubiese pasado.

Quizás estén en lo cierto y yo lo soñé. Suelo hacer una  siestita después de leer un rato debajo del umbroso plátano en  la  placita Alem.            

OAB


Este cuento fue publicado en

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