viernes, 5 de febrero de 2021

Hay Otra Historia

 Uy, me quede solo. Adolfo volviendo del bufet con los Patys en sus manos  se percató de la ausencia. Laura, una morena  adolescente como el, ya no estaba  sentada. El compás de la orquesta  amenizaba un cálido ambiente familiar. La  pista para los bailarines fue improvisada dentro de  la cancha de futbol,  delimitada  por  mesitas de madera. La barriada se acercaba  en gran número atraída por el perfumado humo de las repletas parrillas.  Los vecinos festejaban hasta que el sol despuntara, un nuevo aniversario de la parroquia Sagrado Corazón.

Adolfo, jugó en ese  terreno polvoriento, recordaba viendo hacia un arco,  aquel domingo lluvioso que  le convirtió el penal definitorio  a su  amigo Enrique,  el corpulento  arquero de los Hermanos Maristas ganándole la final del intercolegial lujanense.

Conoció a Laura en  unas de esas tardecitas cuando  su madre  lo mandaba  al almacén. La hija de Don Nicola lo encandilaba con su blanquísima sonrisa .En las sucesivas visitas Adolfo le  regalaba una rosa roja, la  cortaba  a escondidas  del jardín  que celosamente cuidaba su abuela .Con el correr de los años , en su primera cita, fueron caminando hasta  El Águila y compartieron un espeso  chocolate con Bay Biscuits.

Laura estaba intrigada en saber si el  la  acompañaría a su primer baile. Yá le había dicho que   no disfrutaba en esos lugares, Adolfo prefería escuchar música mateando,  le gustaba ir al  Numancia y ver películas continuadas, o leer entre  amigos  cuentos cortos  interpretando su contenido. Finalmente lo convenció dado que el de ese  sábado era a beneficio del hospital municipal.

Sin compañía Adolfo  observaba  a Laura circundando  entre los muchachos  y lo perseguía la fantasía del miedo a perderla. Se preguntaba: ¿La  habrán aburrido  mis anécdotas futboleras? , ¿Buscará bailar con  Edu, el hijo mayor de Elsa y Coco.

Apesadumbrado, sin  ganas de estar allí, decidió  ir a su casa  y refugiarse en  la  biblioteca  desordenada. Al azar eligió “vida del Chacho  “, biografía del general Ángel  Vicente Peñaloza escrita por José Hernández. 

Acompañado por  una canción  apenas perceptible de Silvio, Adolfo  salteó páginas y encontró entre ellas una servilleta doblada, amarillenta  por el tiempo, donde pudo leer con cierta dificultad  la siguiente frase: “naides más que naides y menos que naides”, rubricada por un garabato con el seudónimo “Chacho “.

Advirtió oraciones demarcadas con lápiz negro, las fue  eligiendo sin seguir un  orden.  Al leerlas se vio sorprendido por su valiente accionar   en defensa de los pobres y la inclaudicable lucha  por establecer el federalismo.  Entre otras cualidades que destacaban la figura de este reconocido paisano con estirpe montonera, el Cacho  haciéndole frente con boleadoras y lanzas los amedrentó y retrocedió en varias ocasiones   el poderoso  ejército porteño enviado por  Bartolomé Mitre.

Adolfo  aplaudió la astucia y la hidalguía del líder riojano, que como pocos, conocía el terreno en los llanos y con maniobras certeras  emboscaba al enemigo. Les quitaba los caballos y capturaba soldados a los que  tomaba prisioneros tratándolos dignamente. Percibió con cierta desazón el gesto traicionero de Urquiza, este,  pactó con el gobierno central de Mitre en  dejar solo al Chacho, olvidándose de quien fuera  un incondicional aliado en su gesta federal, a cambio de que Entre Ríos, su provincia, no sea intervenida.         

 Curioso ojeaba  páginas, puteaba a medida que su temperatura corporal crecía,   se veía   sorprendido al  notar el desprecio demostrado por Sarmiento  cuando gobernaba de San Juan, distrajo la atención del Chacho mientras  el Mayor Pablo Irrazabal al mando del ejército  entraba a La Rioja y no cesó hasta encontrarlo y ejecutarlo el 12 de noviembre de 1863.

El “Diosito de los Pobres “estaba escondido en un rancho de la localidad  riojana de  Olta. Cansado de luchar y ver morir a sus compatriotas,  aceptó  la rendición pedida por el capitán Vera. De repente llegó anoticiado de  su captura el  sanguinario  de  Irrazabal y  en una actitud cobarde, viéndolo maniatado  lo atravesó con su sable. Luego ordenó  fusilarlo y dando muestras de su aversión instó a los soldados a  decapitarlo  y  clavar su cabeza como trofeo en una pica.

Toda esta trágica escena fue observada entre lágrimas  por Indalecio, el  hijo adoptivo del Chacho. Ni los desesperados gritos de su querida esposa Victoria Romero   detuvieron la indiscriminada   paliza. Victoria, su  fiel  compañera esta vez  no pudo defenderlo, se jugó  la vida por el   en la batalla del manantial, provincia de  Tucumán. De aquel  acto heroico  a Victoria  le quedó una cicatriz en el rostro, secuela  de un sablazo en la cabeza. Aquella vez,  ensangrentados   huyeron   perdiéndose  entre los matorrales.  

Victoria, humillada por los asesinos del Chacho,  fue  obligada a caminar hasta San Juan, Ahí Sarmiento la despojó de sus bienes y le ordenó  barrer las calles, posteriormente quedó prisionera junto a Indalecio.    

Adolfo violentado y disgustado  por el  sádico final del Chacho, sin poder comprender  el indignante trato  que recibió junto a su familia, tomó  un sorbo ardiente  de Bols .Cerró el libro y lo dejó sobre un  sillón para leerlo detalladamente 

Decidió volver al baile,  deseaba  encontrar  a  Laura y  contarle  el descubrimiento de este encomiable personaje omitido por   la historia oficial.

 Ella estaba despidiéndose de sus amigas, entonces  esperó.

-¿Te divertiste Laura?

-Si mucho, ¿Y vos, por qué  te fuiste?  

- Estaba aburrido, quería leer un rato,  caminemos  y te cuento.

Observándolas nombraban a las relucientes estrellas,  iban por  San Martin. Al llegar a la avenida Humberto jugaron a  esconderse entre las incólumes palmeras. Agitados continuaron el paseo. Adolfo decidió relatarle su noche de lectura, nombró  al Chacho Peñaloza  y  le propuso lo siguiente: “Seamos profesores, pero para enseñar la otra historia, no la de los que ganan,  con la que fuimos educados. Hay otra,  no seamos sumisos, contémosla, ¿Qué te parece? ”

Laura asintió con un beso y  lo  invitó a  tomar un altísimo  cucurucho  en   Massera. Buscaron  el banco preferido bajo la pérgola de la hermosa plaza Colón.

Empalagándose dulcemente,   felices,   aceptándose tal cual son, amanecieron  abrazados iluminados por el sol. 

O.A.B

 

    

 

 

 

 

 

 

 


  

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2 comentarios:

  1. Esta muy genial Pa! La narrativa, el juego de palabras!! Muy atrapante ademas! Me sentí identificada con esto de enseñar "la otra verdad" para promover una escuela que reciba niños y niñas más libres

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