Inesperadamente un gran revuelo despabiló a la pacífica población musulmana en la ciudad norteafricana de Ceuta. La invadió el numeroso ejército bajo
las órdenes del rey Juan I de Portugal. Los ceutíes, azorados, huían conmovidos por el espanto
que les causaba el avasallador paso de los temibles lusos en la mañana del 21 de agosto de 1415. Este fue el
primer acto de colonialismo del mundo que perpetró un país europeo buscando
usurpar territorio africano a través del Océano Atlántico.
Hasta ese fatídico momento, la dinastía musulmana Benimerín
imperaba.
Adil era un joven laborioso campesino, físicamente esbelto, al atardecer después de arduas tareas, respetaba la renovadora siesta en
su camastro. Antes de cenar nadaba mar adentro
hasta un punto lejano donde se dejaba flotar un largo rato llevado por
el oleaje, así encontraba su paz.
Zara, la hija del sultán
Jad Zuhair, observaba curiosa desde su amplia alcoba las incursiones
vespertinas del apuesto bañista, trabajador
a destajo de los vastos campos pertenecientes a su adinerada familia.
Mostrando inquietud por conocerlo, Zara acude a su hermana
mayor Leyla, pidiéndole averiguar dónde es su morada. Ésta, atendiendo el
encargo sin poner piedra en su camino, esperó detrás de un galpón cercano el
paso de Adil y lo siguió sigilosa hasta su casa.
En Ceuta decenas de jóvenes lozanos simulaban ser un buzón
ambulante repartiendo la correspondencia entre los ciudadanos. Zara, ya con el
preciso dato, tomó una pluma y le escribió una carta a Adil. Estaba lloviendo, no le
importó. La joven corrió hacia uno de los tantos mensajeros que identificados
con un brazalete amarillo permanecían parados
en diversos puntos específicos del pueblo, y le entregó la misiva.
Adil, leyó la carta.
Enfureció al saber de quién provenía pensando que se trataba de un ardid. Pero las
palabras amorosas de Zara, que no había pasado desapercibida a su mirada, lo
convencieron. El amor fue más fuerte. Tomó coraje y envió al mensajero con una
respuesta: una cita en la playa la noche siguiente.
Llegado el tan ansiado momento caminaron disfrutando de
la luna llena que como una lámpara gigante iluminaba el
oscuro y acogedor paisaje. Adil se detuvo, tocó el cabello lacio de la bella dama debajo de su hiyab, mimos y besos coronaron la noche y días subsiguientes. Con
el tiempo materializaron su soñado matrimonio. En su palacio ribereño de Ceuta
transcurrían las horas compartiendo la alegría de un amor que otrora parecía
imposible. Ni el mismo Sultán pudo sofocar la fuerza de tanto amor aunque sí lo
pudo la invasión.
Nadie en Ceuta estaba preparado para este feroz ataque.
Zara quedó sola, sin casa, sin tierras, sin Adil. Permaneció
en la ciudad sitiada, sufriendo maltratos y obedeciendo a su amo portugués.
Cada 21 de agosto al caer el sol, Zara se adentra en las aguas del océano y deja
flotando una ofrenda recordando a su amado Adil. Encontrando su paz.
O.A.B
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