martes, 17 de noviembre de 2020

Una de Originarios

 Cuando puedo suelo  recorrer  bellos   lugares   bonaerenses para conocer su historia. Por suerte los  cirrus de a  ratos, protegían mi andar  de los rayos del sol. Me  encuentro en la localidad de Sierra Chica cerquita de  Olavarría.

Llegué hasta aquí con el propósito de contactar a un  viejo periodista local que supo ocuparse en sus años mozos   de  la  sección “Sucesos  Pamperos “en el   El Popular.

Ubiqué  un hostal muy antiguo con patio de adoquines cubierto por una frondosa parra. Alcira, irradiando amor pueblerino, me recibió  con una  sonrisa grácil.  Guio mis pasos hasta la habitación sugiriéndome  el  uso del  jardín y la pileta. Luego prosiguió con la actividad cotidiana de alimentar a sus gallinas ponedoras y a Pepe, el fornido  gallo.

Dormí plácidamente hasta que  Pepe, haciendo alarde de su cacareo, me despertó . Alcira   desayunaba con Juan, su esposo, en la  mesa de la cocina compartida. El aroma a tostadas invadió mi piecita, al acercarme me alcanzaron un mate y entonces les consulté por un tal  Lucero.

-¿El  periodista? , preguntaron   a dúo.

-Sí, el mismo, confirmé.

 - Vive a una legua hacia el oeste mi  amigo, expresó Juan.

 Alcira hizo las gestiones correspondientes con Oscar, el vecino remisero, que  puntualmente a las nueve y cuarto pasó a buscarme.

Entablamos en el trayecto  una amena conversación y Oscar  se ofreció a esperarme para luego  dar un paseo turístico.   .

La modesta   casa está  ubicada  bajo una umbrosa arboleda . Aplaudí simulando un llamador delante de la vulnerable puertita. Con andar cansino se acercó un gato maullando. Detrás, apoyado en su bastón, se me acerca un anciano encorvado que bien podría ser mi abuelo.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   :

- Buen día caballero, ¿A quién  debo el honor de la visita? 

- Disculpe, buenos días, soy Cesar Ticón, estudio en  la  Universidad de Luján,  ¿usted es Joaquín Lucero?

- El mismo

Estiró su  mano derecha ofreciendo un saludo y con voz segura me dijo

- ¿Qué anda haciendo por acá?

 -Le consulte a Bellini, el bibliotecario, sobre  las luchas   en  nuestras pampas, me  habló muy bien de usted, y aquí me tiene, ansioso por escucharlo.   

-Espero no defraudarlo, adelante  joven, pase nomás,  póngase  cómodo.

Nos sentamos en unos troncos que a manera de banquitos decoraban el sencillo paisaje. Entonces consulté si podía grabar la conversación. Don Lucero aceptó y comencé preguntando:

-¿En qué  lugar  las tropas de Buenos Aires sufrieron su mayor derrota peleando  contra nuestros hermanos indígenas?

-Sin duda  acá, mi amigo. Pero le aseguro que unos meses antes habían arrasado el fuerte de Azul. Cuentan que mi bisabuela atendía la cocina del Fuerte, casi se muere del susto. Ella se desmayó cuando escuchó la intensa noticia “¡Se vienen los indios!” Dicen que con la ayuda de un valiente soldado logró escapar del feroz ataque. No sé, eso dicen.  Fue el 31 de mayo de 1855 cuando se dio el enfrentamiento aquí, en Sierra Chica.  Las tropas criollas comandadas por el Coronel Bartolomé Mitre tuvieron que enfrentar a un gran malón bajo las órdenes de los  caciques: Catriel, Cachul y Calfucurá. ¡Le dieron flor de paliza estos bravos indios! Tanto, que los otros tuvieron que llegar a Azul de a pie, ¡Ni los caballos les dejaron! Fíjese que perdieron 250 hombres. Tras este  resonante triunfo Calfucurá fue llamado “El Napoleón del Desierto”. Así y todo, estimado,  Mitre minimizó su fracaso y fue recibido por  Sarmiento, que  escribía gacetillas para el gobierno de Urquiza, con una flor de fiesta. Aunque, le digo mi amigo, que reconoció posteriormente la humillante  derrota expresando  la contundente  frase  “El desierto es inconquistable”.

Satisfecho con el interesante relato, fui llevando el diálogo por variados temas referentes a su labor en “El Popular”. Se acercaba la hora del almuerzo, y sin querer incomodar a este amable servidor  me despedí afectuosamente.

Subí al auto y cuando  me estaba ajustando el cinturón de seguridad,  noto una  palma   en mi brazo. Era  Don lucero que   susurrando decía:- Dele mis saludos a Bellini. 

      O.A.B.



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