En los Ombúes, añosa pulpería de los Molinos, muy cerca de los valles Calchaquíes
salteños, don Rosendo divisa a lo lejos
una densa nube de polvo provocada por el galope de dos caballos que se
aproximan y son sujetados al palenque por sus jinetes.
Al instante los forasteros son recibidos por Lucho, el perro guardián del lugar. El bueno
de Lucho es gordo como toda mascota de boliche,
fiel custodio y está feliz con su tarea ya que es recompensada con la entrega
de los huesos sobrantes de los asados del pueblo.
Rosendo, hombre
bajito, de sonrisa fácil, acomoda
la servilleta en su hombro y con un
fuerte apretón de manos les da la bienvenida,
los ubica en la mesita junto a la ventana , les ofrece unas ricas empanadas
acompañadas por un vino tinto que los parroquianos aceptan gratamente.
Eustaquio, luciendo bigotes y prolija barba, pregunta por un tal Indalecio Gómez. Rosendo, sorprendido ante
la consulta y mientras hundía las empanadas en la olla con grasa, pregunta:- “¿qué andan queriendo
saber?”.
“Enseñamos historia argentina en la escuelita 1 de Cachi”, adujo Alberto, su compañero.
“Sí, por supuesto, lo conozco y les voy a contar lo siguiente”
Rosendo respondió, y continuó,
“nació acá cerquita, un sábado 14 de septiembre de 1850, en la
finca que había pertenecido al último gobernador realista del Rio de la Plata
Nicolás de Isasmendi. Fue a la escuela primaria y parte de la secundaria
en nuestra provincia,
continuándolos como pensionista en el seminario conciliar de Sucre en Bolivia, se recibió de bachiller y fue alumno de fray Mamerto Esquiú.”
Acercándoles las
sabrosas empanadas junto al pingüino con
tinto, continuó: -“por el año 1870 viajó a Buenos Aires, a estudiar derecho
y en 1876 se recibió de abogado y ahí
nomás, se vino para acá. ¿Les sigo contando?”, preguntó
Rosendo.
“Sí continúe, sugirió Alberto que exhibía una desprolija
cabellera canosa.
“Como les decía: fue legislador, también, profesor en el
colegio Nacional, y junto a unos vecinos comercializó ganado en el único puerto boliviano del océano Pacifico por
entonces llamado Cobija abasteciendo al ejército
peruano. El gobierno argentino lo nombra cónsul en el puerto peruano de
Iquique, vivió de cerca la guerra del
Pacífico, apoyo a los peruanos, saben? Y conoció al porteño, un tal Roque Sáenz
Peña, que gracias a la mediación de Indalecio fue
liberado por los chilenos, lo habían tomado prisionero siendo voluntario del
ejército peruano. ¿Les traigo un postre?”
“Y bueno, ya que insiste”, aceptaron complacientes y
disfrutando del dulce y el queso, “la especialidad de la casa”, sugieren que don
Rosendo prosiga.
“Indalecio se casó en 1883 con la jujeña Carmen Rosas de
Tezanos, criaron cinco gurices, enseguida es senador provincial por el
departamento salteño de San Carlos, en 1886 lo elegimos diputado nacional, banca
que mantuvo hasta el 1900 ¿vieron?... Al que
no podía ni ver era al Roca, no le gustaba ni medio su forma de hacer
política. En 1905 el presidente don Manuel
Quintana lo manda a las Europas chamigo, ¡viera usted lo que fue el pueblo!
¡la alegría nos brotaba por los poros mi amigo!¡Si hasta conoció al Papa!”
El anfitrión ofrece algo digestivo. Aceptando un tecito de
hierbas Alberto incita a Rosendo a continuar y así lo hizo.
“Por el 1910 su amigo Roque Sáenz Peña lo nombra ministro
del interior, querían hacer una reforma
electoral ya que las votaciones eran fraudulentas”
“¿Y entonces?”, preguntaron a dúo.
“Vean ustedes que el 10 de febrero de 1912 publicaron la ley
Sáenz Peña. Indalecio la escribió junto a don Roque y la defendió con pasión, desde
entonces los hombres podemos votar más tranquilos, vea, en secreto y
obligados a ejercer este deber democrático.”
“Vaya trayendo una grapita y la cuenta, por favor”, espetó
Eustaquio.
“Enseguidita…una cosita más”, retomó Rosendo, “Indalecio en
1914 fue uno de los fundadores del partido Demócrata Progresista, pero al poco
tiempo cansado de luchar contra propios y ajenos, renuncio a su cargo y pegó la vuelta al pago. Con esto termino mi
amigo”
Rosendo, mostrando la emoción en su rostro, tomó el lápiz
sujeto a su oreja izquierda y
simulando detallar lo consumido en un
ángulo de la mesita, les dijo, “Se fue a Buenos Aires para dar apoyo a su
partido al ser derrotado por los radicales de Irigoyen y el martes 17 agosto de
1920, no me olvido más esa día, nos dijo adiós para siempre, y lo peor, vea, no
lo pudimos despedir ya que lo velaron allá, lejos de sus raíces, descansa en la
Recoleta.”
Dispuestos a pagar los comensales leen en la punta de la mesita un, “la casa invita".
Entre lágrimas y rubores Rosendo, agradece la visita, orgulloso
por contarles parte de la historia de su
célebre coterráneo a estos maestros rurales deseando que se la transmita a sus
alumnos. Se les arrima el Lucho moviendo alocadamente su cola, recibe caricias de los
educadores, está feliz como Rosendo, y se van a dormir tranquilos.
O.A B.