Mientras pedaleo en la posta, disfruto del aroma a césped
recién cortado y el vuelo rasante de las palomas huyendo del dominante carancho.
Los veo discutir .Me resulta extraño que
estén despiertos con los primeros rayos
de sol.
Quizás el ruido de las bordeadoras lo hizo posible, o tal
vez algunos ladridos cercanos interrumpieron su modorra.
Percibo que Víctor golpea
varias veces su pecho cubierto por una camisa amarilla con puños negros. Creo que es hincha de “Comu”, y ahora putea porque sus delanteros no le hacen un gol ni al arcoíris. Mariano luce un buzo
del Luján que algún egresado le regaló y pide a gritos el tetra. Tras unos sorbos permanecen
callados.
Se les acerca una anciana arrastrada por su chihuahua señalándole
un lugar. Creo que les indica donde
sirven el desayuno gratis. Ellos lo
conocen, pero saben que con esa borrachera los voluntarios
no los reciben.
Otro vecino les señala
el reloj de la cúpula y sigue
caminando gesticulando con el Popular en la mano. “Seguro que le pidieron una monedita
y
los mando a laburar.”
Más allá en las mesitas, dos abuelitas observan como yo lo
que sucede mientras matean con protocolos.
Ya falta poco para
terminar mi rutina. Sin darme cuenta los tengo cerca. Víctor viene esquivando
baldosas, Mariano intenta en vano enderezarle los pasos.
Van hacia la calesita de Martina, Víctor sin barbijo
aprovecha que el encargado está de espaldas y
monta el unicornio color rosa. Mariano
con su tapabocas en el cuello comienza a reírse, mientras pone en marcha el
motor el eléctrico haciendo funcionar también las luces y la música.
Los alaridos de Víctor simulando a un
Tehuelche vencedor desconcentran al párroco de Cristo Rey que interrumpe la misa y baja las escalinatas del altar . Ante la sorpresa de los atónitos feligreses sale a la vereda buscando el origen de su mal humor
actual.
Mariano hace del tetra una sortija ante los manotazos del bravío cacique improvisado.
Al bajar de la
bici veo cruzar al cura con pasos
largos y apurados más de bronca que por el ejercicio intenso. Bastó que pisara la plaza para que la calesita se detenga. Víctor, como si fuera su monaguillo, va a sentarse derechito
al banco con el barbijo puesto.
No escucho lo que dice el cura, pero por los ademanes
sospecho que su sermón no figura en el
misal.
Una vez que terminó con el reto, le dio algunos consejos
necesarios al encargado de la calesita y volvió a cruzar Zamudio, tan apurado iba para
terminar la misa que de milagro no se llevó por delante al recuperador del Álamo.
Mariano haciéndose el tonto, esperó que el cura se perdiera de vista y fue a sentarse junto a
su compinche. Otro muchacho fumando se les suma en la conversación inentendible
y le convida un pucho a Víctor que ya tiene el barbijo en la oreja. Mariano convierte
un triple arrojando el tetra al
cesto.
Antes de cruzar Cochrane me doy vuelta cuando escucho el llanto desesperado de un niño reclamando
por su pelota. Víctor dándole un puntazo a la numero 5 la mandó tan
lejos que el 169 tuvo que esquivarla para no dejar al
niño sin juguete. Imaginé bien, Víctor es de Comu. Porque para entonces los
tres abrazados dan vueltas, saltan y gritan ¡Vamos Cartero todavía! El silbato del guardaparques logra calmarlos como en un final
de partido. Caen como moscas sobre el banco y enseguida se vuelven a dormir como si nada
de esto hubiese pasado.
Quizás estén en lo cierto y yo lo soñé. Suelo hacer una siestita después de leer un rato debajo del
umbroso plátano en la placita Alem.
OAB
Este cuento fue publicado en
barriada.com
elbarriopueyrredon.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario